Ordenamos pizza.
Tenía hora y
media antes de irme al turno nocturno.
Me bañé, me vestí, la pizza aun no
llegaba.
Había tiempo, pero me preocupaba salir atrasada.
Es impredecible la
transportación pública, unos días pasan justo,
otros atrasados, a veces hasta
pasan dos a la vez.
Ya muy nerviosa, decidí irme sin comer.
Pedí por favor que
me guardaran un pedacito en el horno.
En el camino mi estómago rugía.
Imaginaba
la salsa caliente,
el queso derretido,
hasta el olor del humito que sale cuando
se abre la tapa de cartón.
Se detuvo el autobús, el tráfico estaba atascado; un
accidente.
Lo que me faltaba.
Casi todos los pasajeros nos arrimamos para
curiosear por la ventana.
Allí estaba la moto rota,
la valla doblada, y partes
de un cuerpo desparramado.
La pizza familiar, mi pizza, hecha puré.
Salsa,
peperonis y queso, mezclados con sangre, músculos y huesos.
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