Un día como todos los días,
en ese momento del día
(que puede ser a cualquier hora)
en que me siento que no doy más...
Estaba yo,
tirada en la camita de la pieza de los niños.
El mayor (3.4) jugaba cerca de la mesita a hacer casas de Lego,
el menor (1.4) merodeaba entre autitos, bloques, muñequitos y... la divisó:
la gaveta!!!
La gaveta de abajo,
en la que guardamos sus t-shirts, camisillas, polos, bodys;
perfectamente doblados,
virgorianamente clasificados por tamaños, formas y colores.
*respiración profunda*
El muchachito la abre y saca una pieza,
la desdobla en medio segundo, la zarandea
y la lanza por encima de su cabeza hacia atrás sin si quiera mirar dónde cae.
Ríe, sonríe y ríe otra vez.
Hace un pequeño movimiento tipo bailecito: "jejequébuenaidea"
Repite la acción con todas y cada una de las piezas dentro de la gaveta.
Entre una cosa y la otra, además, jugaba a cerrar y abrir peligrosamente la gaveta
y hasta a poner y sacar algunos juguetes.
Mientras su mamá...
La misma que se tomó el tiempo
(que siempre reclama que no le alcanza para nada)
para doblar toda esa ropita de bebé.
La misma que siente que un gusano enorme le carcome el pecho
cuando ve que la manga de una camisa está doblada diferente a como lo haría ella.
La misma que siente náuseas y dolor de cabeza si una camisa azul está mezclada con las rojas.
Esa misma mamá continuaba alli donde empezó este relato;
tirada en la camita mirando a sus hijos.
Rezando que no se le ocurra a uno de ellos meterse en el juego del otro
que no se le ocurra a ninguno de ellos
caerse
o golpearse
o pillarse las manitos
o hablarle a ella
o tener hambre
o sed
o necesitar por la razón que fuere
que ella se mueva del lugar que escogió para estar tirada.
El gusanito ese que la carcome llegó;
pero ella (sin mucha energía)
le dio un manotazo y lo mando a joderle la vida a otra.
Y así continuó viendo cómo su hijito menor
se revolcaba en la montaña de ropa que había creado.
Contemplaba desde su perspectiva horizontal
la gaveta vacía y el piso revuelto.
El mayor continuaba en la mesa con los Legos haciéndole vocecitas a los personajes
de alguna historia inventada por él.
El menor gozaba.
La mamá respiraba suavecito para ni siquiera pasar trabajo en respirar,
para no llamar mucho la atención tampoco.
Ese momento en que los tres estuvieron haciendo exactamente lo que querían hacer;
significó un momento de éxito para todos,
por tanto de satisfacción general, de PAZ.
Ese momento,
digamos la verdad,
no duró mucho, como la mayoría de los momentos felices.
Pero existió.
Si yo le hubiese hecho caso a mis impulsos
que de entrada me decían, me gritaban:
No lo dejes abrir esa gaveta
NO lo dejes sacar una camisa
No lo dejes sacar las demás
Sácalo de ahí
Dile algo
Se puede pillar las manitos....
blablablá
Si yo les hubiese hecho caso,
hubiese provocado que el bebé llorara,
hubiese tenido que utilizar la energía que sentía que no tenía en bregar con el bebé llorando,
y buscar desesperadamente algo para desviar su atención.
Ese alboroto, a su vez, hubiese interrumpido al mayor en su juego
que se hubiese puesto a gritar, y mandonear,
toda esa energía loca revuelta, hubiese terminado en todos enojados,
ceños fruncidos, respiraciones aceleradas, cascada de incomodidades.
Puedo ver la escena clariiiita,
porque la he vivido,
es una escena de:
gritos
llantos
insatisfacciones
explicaciones
lucha física
porque con un bebé se tienen luchas físicas sí señor.
y todos los alli presentes habríamos estado
SINPAZ.
Es en momentos como este de tantos HUBIESE,
que siento que mi instinto maravilloso
(al que tanto estimo, amo, escucho y a veces traiciono)
sabe darme los empujoncitos que necesito en ciertas ocasiones
y también aguantarme en otras.
eh mamá eh e eh mamá
eh mamá eh e eh mamááaaaaa